Superman no es solo un personaje. Es una idea
Una reflexión personal sobre lo que representa Superman y por qué sigue siendo más necesario que nuncaCon motivo del estreno de una nueva película de Superman, he querido detenerme un momento a reflexionar sobre lo que este personaje significa para mí. No es una crítica ni un análisis cinematográfico. Es algo más íntimo y, quizá, más esencial: una declaración de gratitud y una reafirmación de lo que creo que aún merece la pena defender.
Para mí, Superman no es solo un personaje. Es una idea. Una presencia. Una constante que me ha acompañado desde niño, incluso cuando todavía no era del todo consciente de ello. En unos días iré a ver la nueva película de James Gunn y, aunque, lógicamente, aun no sé si me gustará o no, voy con el deseo —y la esperanza— de que lo haga. Porque cuando se trata de Superman, siempre quiero que funcione.
Conocí a Superman en un cine de barrio de mi ciudad cuando se estrenó la maravillosa peli de Richard Donner en 1979 y me cautivó desde el principio. No únicamente por su fuerza o su capacidad de volar, sino por lo que representa en un plano mucho más profundo: la esperanza, la ética, el deber, la compasión, la posibilidad de hacer lo correcto incluso cuando es difícil. En un mundo que a menudo premia el cinismo, el sarcasmo o la dejadez, Superman es una figura que no duda, que cree en la bondad, que no se esconde cuando las cosas se tuercen.
Hay un momento, muy al principio de Superman: The Movie (la primera de las protoganizadas por Christopher Reeve), en el que Jor-El dice:
“Ellos pueden ser un gran pueblo, Kal-El. Desean ser un gran pueblo. Solo necesitan la luz que les muestre el camino.”
Esa frase se me quedó grabada. Porque eso es lo que Superman ha sido siempre para mí: un modelo de lo que podemos ser si elegimos bien.
Siendo peque no entendía del todo por qué me gustaba. Solo sabía que, cuando lo veía volar, algo dentro de mí también se elevaba. Lo que empezó como una fascinación infantil por la capa y el vuelo se convirtió con los años en una brújula ética que sigo consultando en silencio.
Por eso no me importa si la película de Gunn es perfecta o imperfecta, si el guion brilla o se tambalea. A lo largo de los años hemos visto versiones más solemnes, más oscuras, más ligeras, más espectaculares, más fallidas o más fieles. Pero si en el centro se mantiene la esencia —la convicción de que uno debe usar su poder de forma honesta y para proteger a los demás, no para dominar—, entonces la película cumple su propósito.
Superman me enseñó que el verdadero poder no consiste en imponer, sino en cuidar. Que la fuerza más grande no está en los puños, sino en la integridad con la que uno elige actuar. Que uno puede tener miedo, dudas o incluso deseos egoístas... y, aun así, decidir ser mejor.
Por eso amo a Superman.
Por eso admiro a Christopher Reeve.
Y por eso respeto profundamente a Richard Donner.
Porque juntos —actor, director y símbolo— me mostraron que hay otra forma de estar en el mundo: no desde la superioridad, sino desde la responsabilidad. No desde la perfección, sino desde la elección consciente de ser alguien en quien los demás puedan confiar.
Quizá por eso me cuesta ser completamente objetivo con cualquier película de Superman. Porque incluso con sus errores, con sus limitaciones o con sus decisiones cuestionables, muchas de ellas siguen sosteniendo algo esencial: la idea de que, pase lo que pase, aún queda alguien dispuesto a hacer lo correcto sin esperar nada a cambio.
Superman siempre ha creído en nosotros más de lo que nosotros creemos en nosotros mismos y ese acto de fe, silencioso y constante, también nos obliga a ser mejores. En un tiempo en el que los relatos se llenan de antihéroes rotos, ambigüedad moral o desencanto, Superman sigue siendo una anomalía luminosa.
Y los días de trueno en los que vivimos, no se me ocurre una idea más bonita —ni más necesaria— que esa.